Cuando llegué a la ermita, me estaba esperando como todos estos años. Se había convertido en una costumbre, desde aquel 9 de marzo de 1950. Aun recuerdo la vez que subí a la Magdalena, tenía 10 años. Parecía sencillo, levantarse a las 5:30 de la mañana para coger una caña y un rollo, recorrer 12 Km. y subir a una ermita para tocar una campana.
Desde mi casa hasta la Magdalena no pude evitar sonreír al ver a cientos de personas andando, bebiendo y cantando alegremente. Al igual que yo, también había 4 niños, hijos de los amigos de mis padres, que era la primera vez que subían. No tardamos mucho en hacernos amigos, creo que solo bastaron 2 Km. Antes de tocar la campana me dijeron que pidiera un deseo, pedí no irme nunca de este sitio, quería que este día nunca terminara. Al igual que yo, mis nuevos amigos pidieron lo mismo.
No hace falta decir que durante 60 años los 5 seguimos subiendo como prometimos que lo haríamos aquella tarde. Y parece mentira que después de tanto tiempo solo quedemos 2. Pero aun recuerdo a Toni, que tocaba la dolçaina como nadie y podía aguantar todo el camino tocando la misma canción. Atrás quedan los momentos vividos con Ana, no podían faltar sus ximos, una delicia con la que solo una vez al año nos deleitábamos. Y por último Carlos, por mucho que lo negara creo que se gastaba la mitad de su paga entre tracas y petardos. Ana y Carlos siempre hicieron una buena pareja.
Volví a mirar a la ermita, ella seguía esperando con la misma sonrisa de siempre. Esta era la primera vez en 60 años que no subíamos juntos. Consciente de que esta sería la última vez, ayer la llamé a casa y le dije que era el momento de hacerlo. Ella prefirió ir en tren, sabiendo que no podría caminando. Yo tampoco lo tenía muy claro, pero tenía que hacerlo. Durante el camino estuve observando como lo hice la primera vez.
No hizo falta decir nada, los dos sabíamos lo que esto significaba. Nos dirigimos a aquella piedra donde sellamos el pacto, y con aquellos recuerdos más vivos que nuca, lanzamos las cenizas. El viento no tardo en esparcirlas. Sabemos que a ellos les hubiera gustado así, poder descansar donde fueron tan felices.